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martes, 21 de agosto de 2012

Une modernité baroque: de José Gorostiza à Sor Juana Inés de la Cruz [Una modernidad barroca: de José Gorostiza a Sor Juana Inés de la Cruz]

Jean-Paul Pizarro-de Trenqualye [Juan Pablo Pizarro de Trenqualye]

Thèse de Doctorat - Université de Toulouse Le Mirail, France (Tesis de Doctorado - Universidad de Tolosa Le Mirail, Francia) - 2011


Descargable aquí.

La plenitud como camuflaje y anacronía. "Sed de fluir" de Pablo Fante

Plenitude as camouflage and anachronism, Pablo Fante’s Sed de fluir


Autor: Christian Anwandter
(París, Francia)
  Publicado originalmente en Revista Laboratorio (Universidad Diego Portales) (2012)
 
 
 
RESUMEN
Sed de fluir es el primer libro de poemas de Pablo Fante. Esta “nota” propone una interpretación de un rasgo característico y paradójico del poemario: la plenitud formal y subjetiva.
Palabras clave: poesía, plenitud, camuflaje, anacronía.
ABSTRACT
Sed de fluir is Pablo Fante’s first book of poems. This “note” proposes an interpretation of a particular and paradoxical trait of the book: formal and subjective plenitude.

Keywords: poetry, plenitude, camouflage, anachronism.




El movimiento es pérdida de una energía que la quietud parece reservar para tiempos de escasez. El deseo de moverse, en cambio, se da en un instante de crisis o de imposibilidad. El título del primer libro de poemas de Pablo Fante2, Sed de fluir (Chancacazo Publicaciones, 2010), encierra en sí una paradoja, ya que la forma en que se presenta el deseo-necesidad (la sed) no es adecuada necesariamente a su objeto (el fluir), como quien dijera que tiene “hambre de agua”, o “sueño de levantarse”. Mientras el movimiento y la fluidez marcan su ambición vital, la sed, en principio motor del movimiento, se anuncia como el principal obstáculo para la plenitud. Hay desgaste en cualquier caso. El sujeto del deseo (o de la necesidad) está obligado a enfrentarse a la economía su organismo. Y este organismo, como veremos, se constituye de dos cuerpos entrelazados. A primeras, el libro pareciera ofrecernos la expresión de la ausencia de un estado deseado. La pregunta es si la poesía responde a esa carencia o bien si es una de sus formas específicas (dislocada: ya no como sed, sino que como poema).
Este desajuste entre la forma del deseo y su objeto se replica, en cierta medida, en los dos cuerpos que entretejen el conjunto de poemas. Por una parte, el “cuerpo” textual, cuyos procedimientos y criterios de organización configuran formas más o menos estables. En el libro de Fante, la forma remite al modelo del soneto, sin nunca efectuarlo cabalmente de acuerdo a sus preceptos clásicos. Se trata de un libro “sonetizado” o “sonetizante”, dependiendo del punto de vista del lector. Por otra parte, el lenguaje denota un cuerpo, lo tematiza, lo cuenta y escudriña. Es un cuerpo humano en general o un cuerpo particular, o una figura que los engloba a ambos. Es facultad del lenguaje el referirse a una realidad universal sin que podamos cernir su concreción particular. Y al hacer uso de esta facultad, al universalizar enunciados que se organizan en torno a un “yo”, nace una tensión entre esta generalización y su contorno formal.
La organización progresiva y en tres partes del libro añade una dificultad más a la lectura. Cada una de ellas aborda aspectos de la búsqueda por la fluidez  a través de hitos narrativos que tienen como núcleo las vivencias e indagaciones de un “yo”, singular y plural al mismo tiempo. Es aquí donde Sed de fluir propone una equivalencia entre su orden expresivo y el orden de la experiencia, entendida como el espectro referencial de sensaciones, pensamientos, deseos y movimientos que se despliegan en torno a este “núcleo” en primera persona (que oscila entre el uso del “yo” y del “nosotros”). Mientras en la primera parte se presenta al individuo desgarrado por el deseo descubriendo el amor y su pérdida, la segunda ahonda en las insuficiencias del cuerpo enfermo y doliente (en su “Nota preliminar”, Juan Cristóbal Romero sugiere el carácter biográfico de esta sección). Lo que parecen ser dos caminos sin salida encuentran, en la última parte, una apertura espiritual, donde el individuo articula su experiencia al mundo mediante la entrega de sí, la exacerbación de los sentidos, y una atención particular a la porosidad del cuerpo, vínculo a una realidad espejeante y en devenir. Se trata de una progresión ascendente que logra – al menos a nivel de lo enunciado – la fluencia deseada desde el título.
El libro se ordena bajo el signo de esta victoria. La sintaxis, a ratos cercana a lo gongorino  (“que el debido, en el placer, sacrificio” [Fante, 9]), unida a un lenguaje aliterante y visceral, produce un carnaval de contorsiones, dan cuenta del movimiento y de su búsqueda, haciendo del verso un espacio atiborrado donde se apretujan sílabas e ideas. Es, de hecho, en el trabajo artesanal del verso desajustado y carnavalesco donde se efectúa muchas veces la fluencia añorada.
En este sentido, la dicción pareciera ser posterior a la experiencia, ya que no hay variación formal notoria a lo largo de la progresión subjetiva de la experiencia. No es que una cosa debiera acompañar a la otra, pero cuando esta progresión espiritual se expresa con procedimientos similares a pesar de recorrer momentos experienciales disímiles, es necesario renunciar a la expectativa de ver las formas ir a la par o a contrapunto de los hitos de la progresión, o dejar de prestar tanta atención a los procedimientos de escritura utilizados. Es el lector, por sí mismo, el que tiene que enfrentarse con esta dificultad.
La insistencia en un mismo gesto de escritura hace de Sed de fluir un libro que no hace concesiones. Por lo mismo, impone sus exigencias. La pregunta que surge es por qué el autor escoge entregarnos un sentido de la experiencia, a contracorriente – en apariencia – de gran parte de la poesía del siglo veinte. ¿Acaso el mundo de hoy es mejor o tiene mejores perspectivas que antes y el poeta puede nuevamente ofrecernos un sentido, al punto de que nuestros conciudadanos debieran seguirlo, como tomados de la mano de un nuevo Virgilio? Es evidente que no. No deja de ser interesante que mientras buena parte de la poesía chilena ha seguido el mandamiento parriano de bajar a los poetas del Olimpo, Fante termina su libro encaramado en “el monte de olivos” (Fante, 68). Podemos imaginar perfectamente que ese es el orden en que los poemas fueron escritos. Sin embargo, cortar la cronología en su cúspide pareciera sugerir que después ya no hay más poemas o bien que ya no hay más “experiencia” posible. Los poemas también pueden haber sido compuestos para la progresión. En cualquier caso, al barajar las cartas de otra manera, el libro de Fante perdería una de sus características esenciales.
Y es que, más que una progresión cronológica de la (o su) experiencia, Sed de fluir puede leerse como un ordenamiento anacrónico de la experiencia del deseo. Es un orden, en la medida en que hay segmentación de la experiencia en etapas distintas y que reciben un sentido. Y hay anacronía, en la medida en que hay algo que da la sensación de no pertenecer a nuestro tiempo, y que a la vez se presenta a nosotros abriendo nuestro presente a lo atemporal, o como si se nos sustrajera de nuestro presente.
El libro de Fante sustrae al lector de su presente. Desaparecen los signos – supuestos – de lo actual. En cambio, se multiplican elementos del pasado en buena parte de los procedimientos que utiliza (rima interna, aliteración, cuidado métrico, etc.).  Presencia espectral del pasado subrayada, además, al componer las unidades del poema con trozos de lenguajes provenientes de épocas disímiles, desde lo barroco a lo petrarquista, pasando por el surrealismo (“el parlanchín molusco” [Fante, 15]). El lenguaje se viste de arcaísmos (“dónome”, “do desvivo” [Fante, 29]) y superpone categorías y mitos (el de la androginia o el de Ícaro, por ejemplo). Las ninfas, la alusión a divinidades griegas, el concepto de “imaginativa” (Fante, 39), cercano al lenguaje de Sor Juana Inés de la Cruz y proveniente de la escolástica, se mezclan con el uso de la medida del kilogramo, mucho posterior. La medicina moderna y su sala de operaciones, por ejemplo, recibe un tratamiento que lo acerca a lo ritual:
y el médico, tal semidiós, nos alza:
pega a nuestra materia más materia,
abriéndonos de corazón a médula. (Fante, 43)
Por otra parte, las formas revestidas por los poemas son formas culturales de prestigio. Al vestirse de ellas y probar su capacidad de dar cuenta de la experiencia o de constituirse en ella, Fante se sitúa en las antípodas de la idea según la cual la historia determina la experiencia. ¿Cuál es el estatuto de estas formas? ¿Se trata de una adhesión a los valores de la tradición, o bien de un mecanismo de travestismo posmoderno? De la respuesta a esta pregunta nacen lecturas distintas. Por una parte, no hay sospecha del gesto efectuado. Por otro, asistimos a un patchwork irónico. O concluimos que hay afirmación casi objetiva de realidades culturales que permiten dar cuenta de narrar una experiencia universal, o deducimos que la experiencia es un montaje imposible de adherir a lo contemporáneo (donde la adhesión a lo contemporáneo sería indirectamente criticada).
Hay, probablemente, algo de ambas cosas. Sed de fluir es un libro “religioso” en la medida en que intenta superar la división del hombre y de lo real. Y es en esta religiosidad en que los dos elementos convergen. La divinidad que se revela no es una plenitud a la cual el “yo” se supedite y de la cual dé cuenta fidedignamente. El Dios revelado a lo largo del libro es uno “de ausencias y pasión” (Fante, 59). Es esa ausencia en la divinidad lo que abre el camino a la anacronía, lo que amarra esas formas culturales de prestigio a la experiencia de la realidad con el fin de dar cuenta de ese vacío. El trabajo de ensamblaje anacrónico de la experiencia lo satura, y responde a su exigencia. Al mismo tiempo, la concepción espiritual y porosa del cuerpo permite articularlo a la pasión, medio en el cual la fluidez encuentra menos obstáculos.
Es curioso que el libro sólo se presente “desnudo de sed” (Fante, 63), pero no de las formas que reviste para alcanzar el movimiento. Y es que, nos parece, las formas revestidas en Sed de fluir son un tipo de camuflaje. La anacronía es el traje utilizado para lograr el objetivo fijado. Uno de los riesgos implícitos de toda escritura del movimiento es “ser influenciado”, generando un movimiento que no es sino repetición de un movimiento generado por otro. En este sentido, la tradición es una amenaza, por cuanto ejerce influencia sobre escrituras posteriores, incorporándolas a su círculo de poder. Los epígonos rara vez alcanzan el mismo grado de circulación pública que la de sus modelos. Son, de cierta forma, confinados por ellos. Los retazos de lenguaje barroco, petrarquista o surrealista, son los pedazos de esa tradición que Fante adhiere a su piel para avanzar en su búsqueda de la plenitud. Esto le permite, a los ojos de los representantes de la tradición, o a la exigencia de la tradición incorporada subjetivamente, pasar subrepticiamente de largo, hacer una pequeña reverencia a esos autores que lo han marcado pero, al mismo tiempo, quitarles una prenda para seguir su camino.
De ahí uno de los efectos más complejos de asir del libro. Y es que hoy en día, la tradición representa, para muchos, la inmovilidad. Y resulta difícil comprender por qué, para saciar la “sed de fluir”, el autor recurre a la forma – aunque sea desajustada – del soneto, no haciendo uso de cierta libertad formal conquistada por la poesía del siglo veinte. ¿Es la percepción del valor de la tradición lo que determina la estrategia de Fante? La ironía o pillería de Sed de fluir viene de los placeres prohibidos que se inventa y que luego transgrede, como quien escogiera ponerse una sotana para sólo luego, desde la autoridad que se representa, practicar su propia religión, consciente de la herejía. Este placer pagano se refleja en la capacidad de refigurar verbalmente la realidad. No es de extrañar que esta plasticidad verbal esté estrechamente relacionada al (auto)erotismo:
Los días huyen, sin ti, mi añorada,
y algo me puja voraz en la dermis
volviendo al sexo de pronto el carozo,
núcleo dulzón de mi cuerpo, que exige;
crece en mi sangre, deforma mi vista,
me ahueca un hambre y me pierdo en deseos:
una criatura me crece, un conejo,
un miedo célere a la soledad;
los acicates ingiero, el cacao
tras los moluscos más vivos que carnes,
y vierto en lunas mentales mi crema;
tras el relajo resurges, mujer,
orbe de honduras, promesas, de sales,
dando a mis ojos del pene pensares. (Fante, 13)
Ejemplos de esta jovialidad verbal, donde lo inusitado viene a dislocar la anatomía verbal del cuerpo usualmente utilizada no faltan, ofreciendo imágenes que oscilan entre el humor, lo surrealista, y lo enigmático.
Este placer es esencialmente individual. Del lector depende detectar o no el camuflaje, y las operaciones que se llevan a cabo bajo su apariencia. Pero, ¿qué pasaría si Fante le prestara a los lectores los elementos que conforman su camuflaje, es decir, si los explicitara? Así, la universalización del “nosotros”, puede generar distancia o adhesión, dependiendo de las filas en que lo situamos.
Hay una arista política en el asunto, pues el trasfondo del libro es la promoción y la censura de ciertas formas de placer en la sociedad. ¿Cuál es la deseabilidad de la poesía hoy en día? ¿Qué forma de placer fomenta? En muchos aspectos, ella misma es anacrónica. El libro de Fante, cercano en su concepción teatral de la poesía a Paulo de Jolly o Bruno Vidal, nos subraya este rasgo. La forma escamoteada y travestida de placer de Fante no es ajena a la sobre-producción de imágenes con las que las grandes tiendas forjan deseos colectivos de consumo. Responde a ella, en cierta medida, contraatacando con la panoplia de imágenes y estilos producidos por la poesía durante siglos. Utilizando un lenguaje común ya en desuso (el de la tradición poética) para generar y sustentar un deseo individual – aunque esta individualidad es indisociable de un lenguaje compartido –, Fante esboza una forma curiosa de resistencia a la estandardización colectiva del deseo. En esto, me parece que una aproximación a Sade es posible. Los poemas de Fante no son – respondiendo a la pregunta planteada en un comienzo – una forma dislocada de una carencia. Son más bien una forma anacrónica y camuflada de la plenitud. De ahí su carácter desconcertante.




Bibliografía:
Fante, Pablo. Sed de fluir. Santiago: Chancacazo Publicaciones, 2010. Impreso.