.
.
.

jueves, 7 de octubre de 2010

Vargas Llosa y el Nóbel



Isabel Allende llevaba años esperando el Premio Nacional de Literatura, y Vargas Llosa el Nóbel. Ambos eran eternos candidatos. El Nóbel otorgado hoy a Vargas Llosa responde a una lógica menos mesquina que el Premio Nacional de Isabel Allende. Por supuesto, el Nóbel tiene un alcance mucho mayor. Además, Allende no es Llosa. Aun así, no puedo dejar de asociar ambas premiaciones, aunque sea para subrayar sus diferencias.


Tengo un recuerdo en mente: viajaba con una amiga vasca por Perú, Bolivia y Chile. A ella le resultó natural descubrir a novelistas locales tragando dos de esas novelas de lectura compulsiva. Digo, lectura compulsiva ante la curiosidad por la trama y, en mi caso al menos, porque uno sabe que a ratos es un placer culpable, como las novelas policiales de Ampuero y las pirotecnias de Rivera Letelier. Me refiero a La casa de los espíritus y La tía Julia y el escribidor. Para esta amiga ambas novelas eran tragicómicas, placenteras y apropiadas para un viaje surcando los Andes en buses añejos, por rutas de tierra y antiguas urbes coloniales -en buen francés, c'était folklo.

Claro está, decimos que Allende no es Llosa, y para ello basta con mencionar la Conversación en la catedral, obra que puede gustar o no, pero que es indudablemente una gran lección de estilo y de análisis de una sociedad.

En ese sentido, las confusas posturas de Vargas Llosa en política, muchas veces contradictorias con su obra, me permiten una última reflexión, que sí atañe a ambos escritores, y que concierne a muchos novelistas, como el actual embajar chileno en París, Jorge Edwards: cómo la postura política de un autor influye en las lecturas de su obra. Decimos "postura política" por no decir oportunismo. Sobre todo cuando los artistas latinoamericanos del siglo XX (incluyendo a los tres mencionados) han vibrado unísonos con los sueños de la izquierda.

Y pensar que hoy en Chile gobierna la derecha, y que la extrema derecha triunfa con pompa en Suecia... Estos galardones, como dijo hoy el argentino Alan Pauls, premian antes una personalidad (un contexto) que una obra. Aunque la obra tenga todo el mérito imaginable.