lunes, 14 de junio de 2010
El simio de la ardiente lengua - Diálogo con "El mono gramático" de Octavio Paz
Mente que a su pensar observa, hasta no ser ya pensar sino alba conciencia. El pensar revolotea, insecto, y nos agotamos, secos de pensar sin fin, en un sendero de clima estéril, en los límites de nuestra humanidad, de nuestra materialidad: de existir pensándonos sin sabernos, entre palabras que mendigan realidad y una realidad que cruza nuestro cuerpo de palabras. ¿Cómo ir de la carne a la palabra; de la sangre gota a gota a los fonemas; de los huesos a la gramática? ¿Cómo nace en la palabra el mono Hanumân: cómo ha nacido con el Viento en músculos y palabras? Nace de la palabra al ser hijo de Pavana, del Viento, del Aliento. Nace de la palabra inspirada de Valmiki, en su Râmâyana, milagro de poesía que eterniza la voz del pueblo. Valmiki: único nombre que encauza mil voces. Hanumân: viento viril, aire gestador, soplo vital. Mas, ¿cómo nace en su cuerpo esta lengua, esta saliva con gusto a río y siglos, esta agitación de besos de labios de dientes y el sagrado soplo que gramatical lo han gestado? ¿Y cómo renace en mí, que con vivo aliento lo profiero? Hanumân: al proferirlo en selvas de palabras lo creo, una vez más, quieto en el milagro, ágil en la conciencia, mono saltarín entre las ideas.
Invocado el dios, está. Pero, ¿cómo vivo yo su presencia en mí? ¿Qué realidad me invoco con su presencia? Pues buscar al divino Hanumân entre las ruinas desérticas de Galta, entre las criaturas miserables y el esplendor de las pinturas en los templos, es precisar también una visión del mundo. Realidad: transparencia, aire, agua, cristal. El mundo como transparencia es estar piel a piel con lo sentido –es existir aunado. Se anuda en discos el mundo. Nos anudamos como nubes en una blancura de agua suspensa y viento, de monogramas que al viento modelan realidades. Aúnan sus tonalidades en albor. Lo blanco es nada y todo según nuestras energías. El pensamiento en blanco es el nacimiento del universo –en que todos, potenciales, somos suspenso tránsito. Un soplo en que flota el polvo, en la infinidad de caminos pretéritos y potenciales: polvo suspenso en mareas del viento, flotando por divagaciones de formas y aunado como una sombra con la transparencia. La conciencia se satura hasta no ver más en la tormenta de arena de los recuerdos. A su vez sombras del polvo, los recuerdos no están: múltiples visiones en los sentidos, son. Galta, Cambridge, un camino desértico, un jardín inglés: siempre la conciencia buscándose en variaciones; recovecos de polvo: recuerdos. Son deshechas presencias, furtivas, «irritación e impotencia». Las palabras sugieren los recuerdos pero nos hiere el congelarlos. Porque la palabra sólo repite, eco loro de sí, según reavivamos sus sentidos, siempre, en cada repetición. Palabra: labra palas. Hanumân: mono-grama de encendida cola. El pensar (palabras) se muerde la cola. Porque, aunque la realidad es una «presencia inmóvil», también, siempre en nueva contradicción, «tal vez la palabra no es quietud sino persistencia».
La realidad es entonces la búsqueda de sí misma, a través de un camino múltiple de contradicciones y resoluciones. Un camino compuesto al unísono de recuerdos, de palabras que crean, fijan, hacen desaparecer. Recorremos el camino de Galta (es decir, recordamos desde Cambridge, aunque quizá lo contrario) hasta un pueblo rajastaní que el desierto derruye implacable, poblado por la casta Balmik –intocables devotos de Hanumân. Es esterilidad, rojo polvo: sangre en polvo, vida hecha muerte en su disgregación de partículas. Tedio ante el desierto y lo que es percibido como miseria, la multitud de parias –incluso para un hijo de la meseta mexicana.
El camino es sequedad y «paisaje de huesos». Solitarios huesos: residuos de las criaturas. ¿Estéril recuerdo?: vida fija en una hoja de tierra, escritura geológica. Los enmarca una «montaña famélica» –¿hambrienta de vida o cadáveres? Y la masa anónima de devotos. Se agitan por el mismo camino: los recién desposados, los mendigos esculpidos por la lepra, los viejos nimbados. Y las bandadas de niños de Galta, que atacan a los monos, los apedrean. ¿No ven a Hanumân en ellos? ¿Contrastan la realidad y el símbolo? ¿O van niños y monos unidos en sus gestos gregarios? Y luego las mujeres que cargan niños como el árbol su fruto, cargan brazaletes o círculos sonoros. Y luego hombres como bestias, confundidos todos en un denso abrazo de realidad, mezclados sus deshechos, atiborrado el aire con sus olores, unidos sus colores hasta el blanco.
Ante esa marea nos reconocemos como ante un vidrio cromado. Nuestro ser ante el otro, de un otro en extremos de lo humano: un desnudo sâdhu con quien no podemos intercambiar palabras ni dar de nuestra realidad ni recibir una explicación de la otra –quizá sin palabras si transparente. Ante una masa tan distinta que nos sentimos espiados. Tan lejos del otro. Aspiramos aquí al umbral que aúna realidad e imaginación. Entonces viajamos por sobre el muro que nos limita. Huimos a la sacra aspiración de un templo, hasta ocultarnos del acoso de la multitud –de niños como simios o lo contrario– en una pieza oscura. Y en uno de sus muros, cuando la paciencia abre al ojo la visión de la sombra, en un sueño alquímico de colores irrumpe la pintura en gozo de una nâyikâ. La ninfa copula, mirándolas sonrientes, con múltiples y fálicas bestias; copula consigo misma; las bestias se copulan en estabilidad de cuatro patas arraigadas y encaramamiento mirando al cielo. Copulamos en discos de humedad, girando en vaivén hasta la unión. Hendidura: rosa maleza. Al unísono, en una misma visión, Krishna desenfrena de amor a las gopis; Esplendor, que ha nacido del sudor del Creador, nos desenfrena de amor. Y brilla entintada la fértil deidad, el enérgico simio. Fertilidad retenida que en el símbolo pintado yace –monogramas–, así como en las pinturas que veíamos en realidad por los charcos reflejadas. Los charcos ya desaparecerán. Por lo pronto, de ellos mana el erotismo. Círculos de agua: espejo fértil. Espejo de fertilidad retenida: conciencia de los que fuimos en nuestros ancestros, los que podemos ser. Todos juntos en incesante movimiento, en quietud de gota entre gotas.
Hanumân es la visión misma del movimiento suspenso. En pos del cautivo amor de Râma brinca por sobre el mar hasta el reino de (Sri)Lankâ. Su salto en lenguaje es un salto hacia el otro por sobre el miedo a lo diferente, mostrando viril su asir su fuerza para restablecer el orden. A su amor siempre fiel por Râma profesa el músculo en su columna, su alma –parte del milagro. Es energía, tronco enhiesto al viento. Músculo y selva de vellos: follajes fulgentes rociados de sudor. Vencedor: en su vuelo penetra las bocas salivosas de las criaturas marinas, mas sin derramarse, para estallar en sus entrañas. Muertes múltiples, bestias negativas, a su nada devuelve, a océano de muertes. Y al borrar su ilusión se expande infinito. Vuela, crece, mengua. Múltiple: futuros de esperma cual sellados cántaros en que la multitud se agita, bulle. Suspende sus cántaros, sus futuros, desdeñando a las vírgenes sedientas –por el deseo del control de sí mismo. Azul aire libera tras la sangre en el cielo. El aire: todo aunque nada, libertad de este cielo en bermejo celestial que repite infinito sus cantares de batallas por orden y querer: por querer expandir el orden y escanciar por el cielo frescas albas –su en potencia fertilidad, en el viento incansable moldear de voluntad.
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