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martes, 15 de junio de 2010

Agrio abanico de Nezahualcóyotl

Nezahualcóyotl según el códice Xolotl.




Por Pablo Fante. Publicado en Revista Nigredo, vol. 1, París, 2003.



"¿Ha de desaparecer acaso
nuestra muerte en la tierra?"


1. Conejo, 1402 / 6-Pedernal, 1472. En la corte sabia de Texcoco trenzaban florido canto: con cacao de ebriedad, esmeralda, tabaco y plumajes. Nezahualcóyotl cantó, palabra e imagen, desde la Casa de Pintura glífica. Sometía los versos a sus pares movilizando códigos nahuas de composición, el difrasismo canto y flor: arte: poesía. Esta tradición, claro, es una secreta laguna. No nos llega su música, aunque flote el ritmo. Pero todo ondula hacia la muerte, a la creencia universal.

Pues he aquí lo que nos aterra. Los cantos queman. Con amargura tal que el lector evita la lectura detenida o la vuelve exótica. Incluso la exhuberancia desespera; a más gozo que dan jade y plumaje, más se sufre de pobreza. Y por ello las flores son y no son: aroma real o espejos espirituales. Son aromas del auge a lo divino.

El hombre es ave policroma, guacamaya de placer. Y como tal se hiza en el canto y lo besa, al Dador de Vida. Nezahualcóyotl heredó de los toltecas a un creador de partición andrógina, Ometéotl. Desde el origen dual, el espíritu se animaliza y vuela, mientras el cuerpo sueña. La estadía terrenal, entonces, inestabiliza con su extremo gozo. Jardín donde a los sentidos nubla lo finito sentido. Pues si lo sacro en Nezahuahualcóyotl roza la nada, allí nace, justamente, el núcleo del canto: angustiado pero fértil. La elevación danzando, única, debía salvar al compositor del vacío que enunciaba.

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