Preparé este artículo para exponerlo en Córdoba en 2009. Finalmente no fui a Córdoba, pero entregué el artículo para su publicación por parte de los organizadores del coloquio. Pero es más expedito si lo leen aquí directamente:
Doble filo del convento en la vida de Sor Juana Inés de la Cruz
Sor Juana Inés de la Cruz nació como Juana de Asbaje en San Miguel Nepantla, se cree que en 1648, y falleció en México en 1695. Desarrolló una obra literaria deslumbrante en un mundo –la Nueva España colonial del siglo XVII– en que las mujeres carecían de una franja de figuración intelectual. Sor Juana tuvo conciencia de su especificidad y explicitó en su obra la disparidad de género, lo que ha motivado una extensa bibliografía en torno a su “feminismo”. Veremos que lo que podría anacrónicamente llamarse el “feminismo” de Sor Juana es incluyente para ambos géneros. Reflexionaremos luego sobre su misterioso abandono de la corte virreinal, donde residió, para abrazar los hábitos religiosos, para comprender si fue una estrategia de aislamiento o una llamada vocacional. En cuanto religiosa, Sor Juana fue presionada por el clero para que abandonara la escritura. Cedió al final de su vida. Analizaremos las tensiones genéricas que influyeron en esta renuncia al estudio y la escritura, para demostrar que el estado de religiosa, al final de su vida, no le sirvió de amparo social definitivo para su añorada libertad de pluma.
¿Es Sor Juana feminista?: el “yo” lírico de la poetiza
Sor Juana, conciente de la desigualdad de géneros, escribió versos como esta primera estrofa de una famosa redondilla: “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis”. En la época moderna, por ello, ha sido numerosas veces calificada como feminista. Octavio Paz, por ejemplo, habla de un “beligerante feminismo”(1). Otro ejemplo revelador es la serie de estudios Feminist Perspectives on Sor Juana Inés de la Cruz (2).
El término “feminismo” no puede ser aplicado a Sor Juana sin subrayar que es anacrónico, pues señala un movimiento moderno que revindica los derechos de la mujer. La poetiza novohispana no pudo utilizar esta voz, que corresponde a realidades sociales posteriores, enmarcadas en una pugna por los derechos de la mujer. Claro está, la vida de Sor Juana es un ejemplo de la defensa del derecho a pensar, estudiar y escribir para la mujer, pero dicha defensa no se explicita en el sentido moderno.
Más allá de la utilización moderna o no de este término, lo interesante es que Sor Juana corrige la injusticia aplicada a la mujer valorizando al ser humano en general. Si excluimos los textos autobiográficos de Sor Juana, sobre los que ya regresaremos, existe un ejemplo claro de la visión que tuvo Sor Juana del ser humano ante el universo. En los 975 versos de la silva barroca “Primero Sueño”, poema cumbre de Sor Juana que relata la ascensión del alma durante el sueño, está casi por completo ausente el “yo” lírico, sólo mencionado al cerrarse el poema con el último verso: “Y yo despierta” (3). El género viene indicado sólo por la declinación de un adjetivo: salvo este último verso, poco importa el género del “yo” lírico. Así lo demuestra Rosa Perelmuter a través del estudio de los deícticos en el poema: el hablante en el poema es antes universal que femenino (4). La misma crítica considera luego que, paradójicamente, esto es debido al poco valor atribuido en la época a la voz femenina como posible “yo” lírico; esta última consideración nos parece abusiva, considerando que Sor Juana siempre firmó sus obras y utilizó sin ambages la primera persona femenina. Siguiendo a Antonio Alatorre, nos parece más acertado considerar que: “Todo nos lleva a concluir esto tan simple: Sor Juana tuvo el sueño de ser hombre. Sólo que, en este sueño, hombre no significaba individuo de sexo masculino, sino individuo del género homo sapiens. “Hombre”, no en contraposición a “mujer”, sino en contraposición a “animal”.” (5)
Ya entrando en un análisis detallado de este mismo poema, Linda Egan defiende que la visión teológica de Sor Juana era feminista (6). Egan señala la mención literaria de los dioses paganos, con sus confusiones de género, y la atracción de Sor Juana por la figura de María, y concluye que en su visión teológica lo divino se vuelve femenino. Estas pistas señalan la riqueza interpretativa a la que ha dado pie el poema. Quizá sea arriesgado extrapolar el uso literario de la mitología, común en autores cristianos de todas épocas y géneros, y el marianismo característico de la fe castiza, para atribuirle a Sor Juana un plan preciso de reestructuración genérica de la teología cristiana. Buscar en su gran diversidad de imágenes un mensaje oculto puede mistificar su obra. La densidad simbólica del barroco no es de por sí hermética. Aún así, la situación en que se encontró Juana de Asbaje fue a todas luces injusta, tanto socialmente como en relación al problema de género, y no es de extrañar que Sor Juana lo señale.
El teatro de corte y espada en la pluma de una monja
De manera explícita, la reivindicación de Sor Juana se relaciona sobre todo con su libertad de pensamiento, estudio y expresión, lo que se manifiesta desde ya por el simple hecho de haber escrito versos profanos. Sor Juana se autorizaba una gran libertad discursiva. Así lo descubrimos en sus comedias, donde el tema de género es interesante. Los empeños de una casa y Amor es más laberinto, en cuanto piezas de capa y espada consagradas a un público aristocrático, presentan las relaciones entre hombre y mujer subyugadas por la norma del decoro y el intrincado concepto del honor. A través de tramas de enredos y juegos de palabras, las obras de Sor Juana entremezclan las aspiraciones amorosas con las obligaciones morales de la alta sociedad, basada en el compromiso matrimonial entre hombre y mujer como previo requisito al acto sexual. No deja de ser llamativo que Sor Juana, monja y por lo mismo en principio ajena al mundo erótico, entretuviese el ánimo asumiendo la voz galante de jóvenes enamorados. Esto mismo sucedía con Calderón y otros autores que abrazaban el hábito, pero meno en monjas, porque sus confesores lo censuraban.
Toca interrogarse pues sobre la posición de Sor Juana en esta sociedad criolla de la Nueva España del siglo XVII. ¿Con qué estrategias defendió su pasión por el estudio y la escritura?
Renuncia del matrimonio
Sor Juana decidió entrar al convento. Fue su principal estrategia. Lo que sorprende a muchos, como a Octavio Paz (7) o Irving Leonard (8), es la conversión de una persona como Juana de Asbaje que, hasta entonces, vivía acogida por la corte. Sor Juana contaba con la admiración de la corte virreinal por su genio y figura: prodigio intelectual, se halló a temprana edad encumbrada a la corte virreinal; no fue percibida por sus contemporáneos como cualquier adolescente. Sin embargo, decidió abrazar los hábitos religiosos. ¿Cómo comprender este gesto?
Escuchemos las palabras de la propia Sor Juana, que luego iremos esclareciendo. Dice Sor Juana, en su reveladora “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”:
"Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros."
La entrada al convento es implícitamente una renuncia al matrimonio. Su posición en el convento (un espacio cerrado, sin obligaciones maritales) le permitiría generar zonas de tiempo y tranquilidad para el estudio, su prioridad. El matrimonio hubiera implicado un sometimiento legal al marido, así como posibles obligaciones maternas. Según Octavio Paz, además, Juana de Asbaje no era un “buen partido” por carecer de dote (9). Dentro de la jerarquía colonial, tuvo una situación cómoda en cuanto criolla, pero sin fortuna (10): forzosamente dependía de parientes adinerados o de algún otro protector pudiente. En cualquier caso, Sor Juana renuncia a formar una familia, que es en principio un núcleo social concebido para reunir y amparar a sus miembros. Como amparo social, Sor Juana opta por la orden religiosa.
La elección del convento
Hasta cierto punto, la elección de Sor Juana por el claustro no ha de extrañar. La vía religiosa acogía a un gran número de personas. Como señala Irving Leonard: “In age when matrimony and religious reclusion where the sole careers open to respectable females, the act of taking the veil was a common place event in Mexican society.” (11) Pero los conventos presentaban exigencias diferentes, que revelan el carácter de las profesas.
En un primer momento, Sor Juana intentó unirse a la orden carmelita. Este intento fue un fracaso: su complexión fue quebrantada por el ritmo de vida estricto de las carmelitas descalzas (12). Sor Juana abandonó la orden tras apenas tres meses de estadía, en 1667. Octavio Paz llega a interpretar que Sor Juana terminó “asustada” (13). Es verdad que, hasta ese entonces residía ella en el ambiente materialmente cómodo de la corte virreinal.
Con respecto a esto es interesante hacer una analogía con otra escritora de lengua española de profesión religiosa, Santa Teresa de Ávila (1515-1582), quien justamente es fundadora de la orden de carmelitas descalzas. Santa Teresa dedicó su vida a su fe y sus poemas están impregnados de misticismo. Sor Juana no fundó ninguna orden, simplemente porque su compromiso con la Iglesia dialogó a la par con su interés por el conocimiento y la escritura. No escribió versos místicos equivalentes a los de San Juan de la Cruz o Santa Teresa. Su escritura nace de su voluntad y no de un éxtasis de entrega al Creador.
Pero la vida en los conventos no siempre era exigente. Como lo señala el mismo Irving Leonard: “In most sisterhoods the discipline was not severe, and within the cloistered walls many comforts and amenities of secular life could be enjoyed, including the services of personal slaves.” (14) Muchos conventos infringían o distendían las reglas monásticas. (15) Tras el fracaso con las carmelitas, Sor Juana ingresó pues a un convento jerónimo, lo que significó una vida más distendida, con la preservación de su espacio privado. Sor Juana pudo albergar en su celda, de dos pisos, su extensa biblioteca y sus diferentes instrumentos científicos o musicales. Como lo señala Josefina Muriel: “Eligió este monasterio (jerónimo) que no le ofrecía la austera y silenciosa quietud de las carmelitas; pero que, en cambio de ello, le daba la posibilidad de comprar una celda particular con amplio espacio para instalar su biblioteca [...], y dedicar gran parte de su tiempo al estudio.” (16) El punto de fondo para Sor Juana es obtener espacio para el estudio. Además, el convento jerónimo autorizaba un contacto permanente con el exterior.
Esto no agradaba a la alta jerarquía eclesiástica. Menos aún, tratándose de mujeres. La tensión misógina por parte del clero novohispano se manifestó con fuerza en la persona del arzobispo de México entre 1681 y 1698, Francisco de Aguiar y Seijas (1632-1698). Como señala Antonio Rubial García:
"Las actividades «misóginas» de Aguiar alcanzaron también a los conventos de religiosas, entregados a un relajado incumplimiento de las reglas monásticas: ausencia a las oraciones corales, excesivo número de sirvientas y, sobre todo, un continuo contacto con el exterior a través de los locutorios a donde llegaban parientes y «devotos» o galanes de monjas a perturbar y entretener a quienes debían rezar, ayunar y entregarse a la vida contemplativa y solitaria." (17)
El arzobispo evitaba todo contacto con una mujer y aplicaba una crítica estricta a las religiosas de los conventos de observancia más distendida. Como veremos luego, esto ocasionó serios problemas a Sor Juana.
¿Prueba de fe o conveniencia?
Pero cabe preguntarse antes, por las razones aludidas, si Sor Juana carecía de una verdadera vocación religiosa. La crítica moderna suele buscar en Sor Juana la imagen de un escritor moderno y liberal y olvida el contexto religioso del siglo XVII: Sor Juana vivió imbuida de este ambiente, más allá de su condición de profesa. Como lo señala Soriano Vallès, Octavio Paz lee a Sor Juana considerando que su pasión por la poesía va más allá de su fe cristiana (18). Con insistencia, Octavio Paz intenta relacionar a Sor Juana con sus teoría de las analogías del universo, que, para él, son una característica principal de la poesía moderna (19). Al describir la estrategias de Sor Juana para poder dedicar su vida al saber, tampoco se ha de incurrir en el error de afirmar su falta de apego a la fe y al universo político-social novohispano en que vive. Sería anacrónico forzar una lectura de su biografía y su obra buscando afirmar una modernidad absoluta de pensamiento.
Sor Juana escribió innumerables textos comprometidos con la fe católica, como sus villancicos. Para un investigador, en realidad, es menos interesante hoy interrogarse sobre la firmeza de su fe que sobre lo que de esta fe trasluce en su obra. Sor Juana logró cierta independencia gracias a su ingenio y a su vivacidad espiritual. Su independencia es su pensamiento transmitido a través de su obra. Sus reivindicaciones se relacionan más bien con el rol de la mujer en la sociedad y, más específicamente, con la libertad intelectual de una religiosa.
El rol de una mujer en el clero
Finalmente, la posición de Sor Juana dentro del convento, aunque le permitió liberar espacio para el estudio, le implicó otro tipo de obligaciones. No olvidemos la posición de una mujer en la Iglesia. No puede aplicar los sacramentos, lo que la excluye en buena parte de un compromiso con los procesos de fe de los fieles. Su rol está vinculado, antes que nada, con el rezo. No se espera de una religiosa el desarrollo de un pensamiento teológico, por mucho que exista el precedente de Santa Teresa de Ávila en el universo hispánico. En cambio, se le exige una vida de rezo y contemplación. Por la misma razón, Sor Juana sufrió presiones del clero masculino para que mudara el ánimo y dejara de lado sus escritura profana.
Las monjas que escribieron fueron seguidas de cerca por su confesor. En Chile, existe el ejemplo de Sor Úrsula Suárez (1666-1749), contemporánea de Sor Juana, que avanzaba sus memorias según la voluntad del confesor, pues éste le suministraba el papel dosificadamente y controlaba, a través de sus escritos, la evolución de sus impulsos místicos. (20)
Sor Juana tuvo mayor libertad en este sentido, pero aún así tuvo que lidiar con la voluntad de su confesor, el influyente y severo jesuita Antonio Núñez de Miranda (1618-1695), guía espiritual de numerosas profesas (21). Así resumió este prelado las obligaciones impuestas por sus votos a las religiosas, que ejemplifican el rigor de sus exigencias:
"Por el voto de la pobreza sacrifica los haberes, y riquezas: Por el de la Castidad, todo deleyte, aun los decentes de el matrimonio: Por el de la Obediencia, su propria voluntad, alvedrio, y toda su alma: Por el de la Clausura todo su cuerpo, y sentidos, que sepulta vivos entre quatro paredes: y todas sus acciones interiores, y exteriores por las Reglas, y Constituciones." (22)
Con respecto a la sumisión al Superior, dentro de una orden religiosa, indica Núñez de Miranda, con un tono que no ha de extrañar en boca de un jesuita: “Es renunciar todo su libre alvedrio en el Superior, con mucho mas, y mayor sujecion, que la del esclavo á su amo, la del hijo a su Padre, y la muger á su marido: porque se le sujeta como á Dios, como criatura a su criador”. (23)
Aunque existieron otras monjas escritores, es evidente que no se esperaba de este estado que fuese acompañado de la actividad profana de la escritura. Como señala Paz, con respecto a Sor Juana: “si hubiera sido hombre, no la hubieran atormentado los celosos príncipes del a Iglesia. La incompatibilidad entre las letras sagradas y las profanas recubría otra, más profunda: la contradicción entre las letras y el ser mujer.” (24) Sin embargo, en 1680, Sor Juana recibió del cabildo el encargo de confeccionar el arco alegórico que recibió a los nuevos virreyes. Para la ocasión, confeccionó y escribió su “Neptuno alegórico”, profuso en referencias mitológicas. Sor Juana, tras esto, recibió la protección de la virreina, Marquesa de la Laguna, y fue amonestada por Núñez de Miranda, de quien se desentendió en la llamada “Carta de Monterrey”, hallada tan sólo en 1980 por Aureliano Tapia Méndez. Pero las amonestaciones del alto clero volverían con más fuerza unos años después.
La polémica “Carta atenagórica” y sus consecuencias
Existe una polémica con consecuencias de fondo, entablada a partir de la refutación que Sor Juana efectuó de un sermón de otro religioso, un jesuita portugués famoso en su época, Antonio de Vieyra (1608-1697). El sermón de Vieyra, de 1650, versaba sobre las “finezas” del amor de Cristo, refutando argumentos de San Agustín, Santo Tomás de Aquino y Juan Crisóstomo. Cuarenta años después, en 1690, Sor Juana defendió a estos tres padres de la Iglesia con una lógica implacable en su “Carta atenagórica” (también conocida como “Crisis de un sermón”). El obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz (1637-1699), publicó la “Carta atenagórica”, acompañándola de una respuesta firmada con el seudónimo femenino “Sor Filotea de la Cruz”, y centrando la discusión en torno a la cuestión espinosa de la autoderminación del ser humano.
Las motivaciones individuales de todo este episodio son relativamente oscuras. Como guía en este laberinto de intereses, podemos resumir las conclusiones de Octavio Paz, quien, siguiendo a Darío Puccini, concluye que, con la pluma de Sor Juana, el obispo de Puebla (Fernández de Santa Cruz) atacó al arzobispo de México (Aguiar y Seijas), quien era amigo personal de Veiyra. Así se explicarían diferentes puntos. Primero, que Sor Juana cometiera la imprudencia de escribir su “Carta Atenagórica”; luego, que Fernández de Santa Cruz se escondiese bajo un seudónimo femenino: era un gesto irónico hacia Aguiar y Seijas, misógino declarado. (25) Finalmente, Sor Juana habría cometido la imprudencia de no aceptar las amonestaciones de sus superiores.
Tras la amonestación de Fernández de Santa Cruz, Sor Juana reaccionó enérgicamente en su “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” con una firme defensa del derecho para toda mujer de pensar, estudiar y escribir, y su derecho como religiosa de escribir versos profanos: “desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones –que he tenido muchas–, ni propias reflejas –que he hecho no pocas–, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí”. Así, para Sor Juana, Dios ha decido que escriba. Y, señala luego, “Su Majestad [Dios] sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo de más sobra, según algunos, en una mujer” (26). Con sutileza y humildad, Sor Juana hace recaer la afirmación de género en ese indeterminado “algunos”, que bien puede designar a Núñez de Miranda, Aguiar y Seijas o Fernández de Santa Cruz. Pero la resistencia de Sor Juana tuvo un pronto fin.
La renuncia final y el espolio por Aguiar y Seijas
En esos mismos años, la Nueva España sufrió una hambruna y se produjo una agitación popular, como lo relata un destacado contemporáneo de Sor Juana, Carlos de Sigüenza y Góngora (27). El 8 de junio de 1692, un motín popular prendió fuego al palacio del virrey de Galve (1688-1696) y fue luego reprimido por su guardia. En este contexto de crisis, el clero ganó fuerzas ante el descrédito del poder civil. Sor Juana perdió entonces el amparo del virrey. Ante las sucesivas presiones del clero, en 1693 Núñez de Miranda vuelve a ser el confesor de Sor Juana, quien abandona luego el conjunto de sus posesiones y, sobre todo, abandona el uso de la palabra escrita. Afirmó entregarse entonces a la vida de privaciones y rezo que el alto clero le exigía. Los hombres de Iglesia presentaron esto como una conversión. Para el conjunto de la crítica laica moderna es una abdicación y un sometimiento. En 1695, una trágica epidemia devastó el convento de San Jerónimo, acabando con la vida de Sor Juana.
Para cerrar estas líneas, cabe destacar que el implacable Aguiar y Seijas actuó contra Sor Juana tras su muerte. Fortalecido por los eventos de 1692, pudo recuperar para limosnas los bienes de religiosas fallecidas, en especial de aquellas que transgredieron el voto de pobreza. Como señala Antonio Rubial García: “Una de ellas, sor Juana Inés de la Cruz, dedicada a actividades literarias consideradas demasiado mundanas para una monja, había sido para Aguiar una continua causa de preocupación. [...] La confiscación de sus bienes a su muerte se convertía así en un último acto con el que el prelado simbolizaba su triunfo sobre la monja.”(28) Al mismo tiempo, la existencia de estos bienes señala que Sor Juana no lo había entregado todo en su abdicación y que, quizá, esperaba hallar una solución a su situación a largo plazo. En los años que siguieron, los diferentes prelados relacionados con su renuncia al mundo fueron desapareciendo, junto con su siglo: Núñez de Miranda en 1695, Aguiar y Seijas en 1698, Fernández de Santa Cruz en 1699. Pero Sor Juana desapareció con ellos.
[1] PAZ, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe (1982), México, FCE, 1985, p. 590.
Doble filo del convento en la vida de Sor Juana Inés de la Cruz
Sor Juana Inés de la Cruz nació como Juana de Asbaje en San Miguel Nepantla, se cree que en 1648, y falleció en México en 1695. Desarrolló una obra literaria deslumbrante en un mundo –la Nueva España colonial del siglo XVII– en que las mujeres carecían de una franja de figuración intelectual. Sor Juana tuvo conciencia de su especificidad y explicitó en su obra la disparidad de género, lo que ha motivado una extensa bibliografía en torno a su “feminismo”. Veremos que lo que podría anacrónicamente llamarse el “feminismo” de Sor Juana es incluyente para ambos géneros. Reflexionaremos luego sobre su misterioso abandono de la corte virreinal, donde residió, para abrazar los hábitos religiosos, para comprender si fue una estrategia de aislamiento o una llamada vocacional. En cuanto religiosa, Sor Juana fue presionada por el clero para que abandonara la escritura. Cedió al final de su vida. Analizaremos las tensiones genéricas que influyeron en esta renuncia al estudio y la escritura, para demostrar que el estado de religiosa, al final de su vida, no le sirvió de amparo social definitivo para su añorada libertad de pluma.
¿Es Sor Juana feminista?: el “yo” lírico de la poetiza
Sor Juana, conciente de la desigualdad de géneros, escribió versos como esta primera estrofa de una famosa redondilla: “Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis”. En la época moderna, por ello, ha sido numerosas veces calificada como feminista. Octavio Paz, por ejemplo, habla de un “beligerante feminismo”(1). Otro ejemplo revelador es la serie de estudios Feminist Perspectives on Sor Juana Inés de la Cruz (2).
El término “feminismo” no puede ser aplicado a Sor Juana sin subrayar que es anacrónico, pues señala un movimiento moderno que revindica los derechos de la mujer. La poetiza novohispana no pudo utilizar esta voz, que corresponde a realidades sociales posteriores, enmarcadas en una pugna por los derechos de la mujer. Claro está, la vida de Sor Juana es un ejemplo de la defensa del derecho a pensar, estudiar y escribir para la mujer, pero dicha defensa no se explicita en el sentido moderno.
Más allá de la utilización moderna o no de este término, lo interesante es que Sor Juana corrige la injusticia aplicada a la mujer valorizando al ser humano en general. Si excluimos los textos autobiográficos de Sor Juana, sobre los que ya regresaremos, existe un ejemplo claro de la visión que tuvo Sor Juana del ser humano ante el universo. En los 975 versos de la silva barroca “Primero Sueño”, poema cumbre de Sor Juana que relata la ascensión del alma durante el sueño, está casi por completo ausente el “yo” lírico, sólo mencionado al cerrarse el poema con el último verso: “Y yo despierta” (3). El género viene indicado sólo por la declinación de un adjetivo: salvo este último verso, poco importa el género del “yo” lírico. Así lo demuestra Rosa Perelmuter a través del estudio de los deícticos en el poema: el hablante en el poema es antes universal que femenino (4). La misma crítica considera luego que, paradójicamente, esto es debido al poco valor atribuido en la época a la voz femenina como posible “yo” lírico; esta última consideración nos parece abusiva, considerando que Sor Juana siempre firmó sus obras y utilizó sin ambages la primera persona femenina. Siguiendo a Antonio Alatorre, nos parece más acertado considerar que: “Todo nos lleva a concluir esto tan simple: Sor Juana tuvo el sueño de ser hombre. Sólo que, en este sueño, hombre no significaba individuo de sexo masculino, sino individuo del género homo sapiens. “Hombre”, no en contraposición a “mujer”, sino en contraposición a “animal”.” (5)
Ya entrando en un análisis detallado de este mismo poema, Linda Egan defiende que la visión teológica de Sor Juana era feminista (6). Egan señala la mención literaria de los dioses paganos, con sus confusiones de género, y la atracción de Sor Juana por la figura de María, y concluye que en su visión teológica lo divino se vuelve femenino. Estas pistas señalan la riqueza interpretativa a la que ha dado pie el poema. Quizá sea arriesgado extrapolar el uso literario de la mitología, común en autores cristianos de todas épocas y géneros, y el marianismo característico de la fe castiza, para atribuirle a Sor Juana un plan preciso de reestructuración genérica de la teología cristiana. Buscar en su gran diversidad de imágenes un mensaje oculto puede mistificar su obra. La densidad simbólica del barroco no es de por sí hermética. Aún así, la situación en que se encontró Juana de Asbaje fue a todas luces injusta, tanto socialmente como en relación al problema de género, y no es de extrañar que Sor Juana lo señale.
El teatro de corte y espada en la pluma de una monja
De manera explícita, la reivindicación de Sor Juana se relaciona sobre todo con su libertad de pensamiento, estudio y expresión, lo que se manifiesta desde ya por el simple hecho de haber escrito versos profanos. Sor Juana se autorizaba una gran libertad discursiva. Así lo descubrimos en sus comedias, donde el tema de género es interesante. Los empeños de una casa y Amor es más laberinto, en cuanto piezas de capa y espada consagradas a un público aristocrático, presentan las relaciones entre hombre y mujer subyugadas por la norma del decoro y el intrincado concepto del honor. A través de tramas de enredos y juegos de palabras, las obras de Sor Juana entremezclan las aspiraciones amorosas con las obligaciones morales de la alta sociedad, basada en el compromiso matrimonial entre hombre y mujer como previo requisito al acto sexual. No deja de ser llamativo que Sor Juana, monja y por lo mismo en principio ajena al mundo erótico, entretuviese el ánimo asumiendo la voz galante de jóvenes enamorados. Esto mismo sucedía con Calderón y otros autores que abrazaban el hábito, pero meno en monjas, porque sus confesores lo censuraban.
Toca interrogarse pues sobre la posición de Sor Juana en esta sociedad criolla de la Nueva España del siglo XVII. ¿Con qué estrategias defendió su pasión por el estudio y la escritura?
Renuncia del matrimonio
Sor Juana decidió entrar al convento. Fue su principal estrategia. Lo que sorprende a muchos, como a Octavio Paz (7) o Irving Leonard (8), es la conversión de una persona como Juana de Asbaje que, hasta entonces, vivía acogida por la corte. Sor Juana contaba con la admiración de la corte virreinal por su genio y figura: prodigio intelectual, se halló a temprana edad encumbrada a la corte virreinal; no fue percibida por sus contemporáneos como cualquier adolescente. Sin embargo, decidió abrazar los hábitos religiosos. ¿Cómo comprender este gesto?
Escuchemos las palabras de la propia Sor Juana, que luego iremos esclareciendo. Dice Sor Juana, en su reveladora “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”:
"Entréme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado cosas (de las accesorias hablo, no de las formales), muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación; a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola; de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros."
La entrada al convento es implícitamente una renuncia al matrimonio. Su posición en el convento (un espacio cerrado, sin obligaciones maritales) le permitiría generar zonas de tiempo y tranquilidad para el estudio, su prioridad. El matrimonio hubiera implicado un sometimiento legal al marido, así como posibles obligaciones maternas. Según Octavio Paz, además, Juana de Asbaje no era un “buen partido” por carecer de dote (9). Dentro de la jerarquía colonial, tuvo una situación cómoda en cuanto criolla, pero sin fortuna (10): forzosamente dependía de parientes adinerados o de algún otro protector pudiente. En cualquier caso, Sor Juana renuncia a formar una familia, que es en principio un núcleo social concebido para reunir y amparar a sus miembros. Como amparo social, Sor Juana opta por la orden religiosa.
La elección del convento
Hasta cierto punto, la elección de Sor Juana por el claustro no ha de extrañar. La vía religiosa acogía a un gran número de personas. Como señala Irving Leonard: “In age when matrimony and religious reclusion where the sole careers open to respectable females, the act of taking the veil was a common place event in Mexican society.” (11) Pero los conventos presentaban exigencias diferentes, que revelan el carácter de las profesas.
En un primer momento, Sor Juana intentó unirse a la orden carmelita. Este intento fue un fracaso: su complexión fue quebrantada por el ritmo de vida estricto de las carmelitas descalzas (12). Sor Juana abandonó la orden tras apenas tres meses de estadía, en 1667. Octavio Paz llega a interpretar que Sor Juana terminó “asustada” (13). Es verdad que, hasta ese entonces residía ella en el ambiente materialmente cómodo de la corte virreinal.
Con respecto a esto es interesante hacer una analogía con otra escritora de lengua española de profesión religiosa, Santa Teresa de Ávila (1515-1582), quien justamente es fundadora de la orden de carmelitas descalzas. Santa Teresa dedicó su vida a su fe y sus poemas están impregnados de misticismo. Sor Juana no fundó ninguna orden, simplemente porque su compromiso con la Iglesia dialogó a la par con su interés por el conocimiento y la escritura. No escribió versos místicos equivalentes a los de San Juan de la Cruz o Santa Teresa. Su escritura nace de su voluntad y no de un éxtasis de entrega al Creador.
Pero la vida en los conventos no siempre era exigente. Como lo señala el mismo Irving Leonard: “In most sisterhoods the discipline was not severe, and within the cloistered walls many comforts and amenities of secular life could be enjoyed, including the services of personal slaves.” (14) Muchos conventos infringían o distendían las reglas monásticas. (15) Tras el fracaso con las carmelitas, Sor Juana ingresó pues a un convento jerónimo, lo que significó una vida más distendida, con la preservación de su espacio privado. Sor Juana pudo albergar en su celda, de dos pisos, su extensa biblioteca y sus diferentes instrumentos científicos o musicales. Como lo señala Josefina Muriel: “Eligió este monasterio (jerónimo) que no le ofrecía la austera y silenciosa quietud de las carmelitas; pero que, en cambio de ello, le daba la posibilidad de comprar una celda particular con amplio espacio para instalar su biblioteca [...], y dedicar gran parte de su tiempo al estudio.” (16) El punto de fondo para Sor Juana es obtener espacio para el estudio. Además, el convento jerónimo autorizaba un contacto permanente con el exterior.
Esto no agradaba a la alta jerarquía eclesiástica. Menos aún, tratándose de mujeres. La tensión misógina por parte del clero novohispano se manifestó con fuerza en la persona del arzobispo de México entre 1681 y 1698, Francisco de Aguiar y Seijas (1632-1698). Como señala Antonio Rubial García:
"Las actividades «misóginas» de Aguiar alcanzaron también a los conventos de religiosas, entregados a un relajado incumplimiento de las reglas monásticas: ausencia a las oraciones corales, excesivo número de sirvientas y, sobre todo, un continuo contacto con el exterior a través de los locutorios a donde llegaban parientes y «devotos» o galanes de monjas a perturbar y entretener a quienes debían rezar, ayunar y entregarse a la vida contemplativa y solitaria." (17)
El arzobispo evitaba todo contacto con una mujer y aplicaba una crítica estricta a las religiosas de los conventos de observancia más distendida. Como veremos luego, esto ocasionó serios problemas a Sor Juana.
¿Prueba de fe o conveniencia?
Pero cabe preguntarse antes, por las razones aludidas, si Sor Juana carecía de una verdadera vocación religiosa. La crítica moderna suele buscar en Sor Juana la imagen de un escritor moderno y liberal y olvida el contexto religioso del siglo XVII: Sor Juana vivió imbuida de este ambiente, más allá de su condición de profesa. Como lo señala Soriano Vallès, Octavio Paz lee a Sor Juana considerando que su pasión por la poesía va más allá de su fe cristiana (18). Con insistencia, Octavio Paz intenta relacionar a Sor Juana con sus teoría de las analogías del universo, que, para él, son una característica principal de la poesía moderna (19). Al describir la estrategias de Sor Juana para poder dedicar su vida al saber, tampoco se ha de incurrir en el error de afirmar su falta de apego a la fe y al universo político-social novohispano en que vive. Sería anacrónico forzar una lectura de su biografía y su obra buscando afirmar una modernidad absoluta de pensamiento.
Sor Juana escribió innumerables textos comprometidos con la fe católica, como sus villancicos. Para un investigador, en realidad, es menos interesante hoy interrogarse sobre la firmeza de su fe que sobre lo que de esta fe trasluce en su obra. Sor Juana logró cierta independencia gracias a su ingenio y a su vivacidad espiritual. Su independencia es su pensamiento transmitido a través de su obra. Sus reivindicaciones se relacionan más bien con el rol de la mujer en la sociedad y, más específicamente, con la libertad intelectual de una religiosa.
El rol de una mujer en el clero
Finalmente, la posición de Sor Juana dentro del convento, aunque le permitió liberar espacio para el estudio, le implicó otro tipo de obligaciones. No olvidemos la posición de una mujer en la Iglesia. No puede aplicar los sacramentos, lo que la excluye en buena parte de un compromiso con los procesos de fe de los fieles. Su rol está vinculado, antes que nada, con el rezo. No se espera de una religiosa el desarrollo de un pensamiento teológico, por mucho que exista el precedente de Santa Teresa de Ávila en el universo hispánico. En cambio, se le exige una vida de rezo y contemplación. Por la misma razón, Sor Juana sufrió presiones del clero masculino para que mudara el ánimo y dejara de lado sus escritura profana.
Las monjas que escribieron fueron seguidas de cerca por su confesor. En Chile, existe el ejemplo de Sor Úrsula Suárez (1666-1749), contemporánea de Sor Juana, que avanzaba sus memorias según la voluntad del confesor, pues éste le suministraba el papel dosificadamente y controlaba, a través de sus escritos, la evolución de sus impulsos místicos. (20)
Sor Juana tuvo mayor libertad en este sentido, pero aún así tuvo que lidiar con la voluntad de su confesor, el influyente y severo jesuita Antonio Núñez de Miranda (1618-1695), guía espiritual de numerosas profesas (21). Así resumió este prelado las obligaciones impuestas por sus votos a las religiosas, que ejemplifican el rigor de sus exigencias:
"Por el voto de la pobreza sacrifica los haberes, y riquezas: Por el de la Castidad, todo deleyte, aun los decentes de el matrimonio: Por el de la Obediencia, su propria voluntad, alvedrio, y toda su alma: Por el de la Clausura todo su cuerpo, y sentidos, que sepulta vivos entre quatro paredes: y todas sus acciones interiores, y exteriores por las Reglas, y Constituciones." (22)
Con respecto a la sumisión al Superior, dentro de una orden religiosa, indica Núñez de Miranda, con un tono que no ha de extrañar en boca de un jesuita: “Es renunciar todo su libre alvedrio en el Superior, con mucho mas, y mayor sujecion, que la del esclavo á su amo, la del hijo a su Padre, y la muger á su marido: porque se le sujeta como á Dios, como criatura a su criador”. (23)
Aunque existieron otras monjas escritores, es evidente que no se esperaba de este estado que fuese acompañado de la actividad profana de la escritura. Como señala Paz, con respecto a Sor Juana: “si hubiera sido hombre, no la hubieran atormentado los celosos príncipes del a Iglesia. La incompatibilidad entre las letras sagradas y las profanas recubría otra, más profunda: la contradicción entre las letras y el ser mujer.” (24) Sin embargo, en 1680, Sor Juana recibió del cabildo el encargo de confeccionar el arco alegórico que recibió a los nuevos virreyes. Para la ocasión, confeccionó y escribió su “Neptuno alegórico”, profuso en referencias mitológicas. Sor Juana, tras esto, recibió la protección de la virreina, Marquesa de la Laguna, y fue amonestada por Núñez de Miranda, de quien se desentendió en la llamada “Carta de Monterrey”, hallada tan sólo en 1980 por Aureliano Tapia Méndez. Pero las amonestaciones del alto clero volverían con más fuerza unos años después.
La polémica “Carta atenagórica” y sus consecuencias
Existe una polémica con consecuencias de fondo, entablada a partir de la refutación que Sor Juana efectuó de un sermón de otro religioso, un jesuita portugués famoso en su época, Antonio de Vieyra (1608-1697). El sermón de Vieyra, de 1650, versaba sobre las “finezas” del amor de Cristo, refutando argumentos de San Agustín, Santo Tomás de Aquino y Juan Crisóstomo. Cuarenta años después, en 1690, Sor Juana defendió a estos tres padres de la Iglesia con una lógica implacable en su “Carta atenagórica” (también conocida como “Crisis de un sermón”). El obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz (1637-1699), publicó la “Carta atenagórica”, acompañándola de una respuesta firmada con el seudónimo femenino “Sor Filotea de la Cruz”, y centrando la discusión en torno a la cuestión espinosa de la autoderminación del ser humano.
Las motivaciones individuales de todo este episodio son relativamente oscuras. Como guía en este laberinto de intereses, podemos resumir las conclusiones de Octavio Paz, quien, siguiendo a Darío Puccini, concluye que, con la pluma de Sor Juana, el obispo de Puebla (Fernández de Santa Cruz) atacó al arzobispo de México (Aguiar y Seijas), quien era amigo personal de Veiyra. Así se explicarían diferentes puntos. Primero, que Sor Juana cometiera la imprudencia de escribir su “Carta Atenagórica”; luego, que Fernández de Santa Cruz se escondiese bajo un seudónimo femenino: era un gesto irónico hacia Aguiar y Seijas, misógino declarado. (25) Finalmente, Sor Juana habría cometido la imprudencia de no aceptar las amonestaciones de sus superiores.
Tras la amonestación de Fernández de Santa Cruz, Sor Juana reaccionó enérgicamente en su “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz” con una firme defensa del derecho para toda mujer de pensar, estudiar y escribir, y su derecho como religiosa de escribir versos profanos: “desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones –que he tenido muchas–, ni propias reflejas –que he hecho no pocas–, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí”. Así, para Sor Juana, Dios ha decido que escriba. Y, señala luego, “Su Majestad [Dios] sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo de más sobra, según algunos, en una mujer” (26). Con sutileza y humildad, Sor Juana hace recaer la afirmación de género en ese indeterminado “algunos”, que bien puede designar a Núñez de Miranda, Aguiar y Seijas o Fernández de Santa Cruz. Pero la resistencia de Sor Juana tuvo un pronto fin.
La renuncia final y el espolio por Aguiar y Seijas
En esos mismos años, la Nueva España sufrió una hambruna y se produjo una agitación popular, como lo relata un destacado contemporáneo de Sor Juana, Carlos de Sigüenza y Góngora (27). El 8 de junio de 1692, un motín popular prendió fuego al palacio del virrey de Galve (1688-1696) y fue luego reprimido por su guardia. En este contexto de crisis, el clero ganó fuerzas ante el descrédito del poder civil. Sor Juana perdió entonces el amparo del virrey. Ante las sucesivas presiones del clero, en 1693 Núñez de Miranda vuelve a ser el confesor de Sor Juana, quien abandona luego el conjunto de sus posesiones y, sobre todo, abandona el uso de la palabra escrita. Afirmó entregarse entonces a la vida de privaciones y rezo que el alto clero le exigía. Los hombres de Iglesia presentaron esto como una conversión. Para el conjunto de la crítica laica moderna es una abdicación y un sometimiento. En 1695, una trágica epidemia devastó el convento de San Jerónimo, acabando con la vida de Sor Juana.
Para cerrar estas líneas, cabe destacar que el implacable Aguiar y Seijas actuó contra Sor Juana tras su muerte. Fortalecido por los eventos de 1692, pudo recuperar para limosnas los bienes de religiosas fallecidas, en especial de aquellas que transgredieron el voto de pobreza. Como señala Antonio Rubial García: “Una de ellas, sor Juana Inés de la Cruz, dedicada a actividades literarias consideradas demasiado mundanas para una monja, había sido para Aguiar una continua causa de preocupación. [...] La confiscación de sus bienes a su muerte se convertía así en un último acto con el que el prelado simbolizaba su triunfo sobre la monja.”(28) Al mismo tiempo, la existencia de estos bienes señala que Sor Juana no lo había entregado todo en su abdicación y que, quizá, esperaba hallar una solución a su situación a largo plazo. En los años que siguieron, los diferentes prelados relacionados con su renuncia al mundo fueron desapareciendo, junto con su siglo: Núñez de Miranda en 1695, Aguiar y Seijas en 1698, Fernández de Santa Cruz en 1699. Pero Sor Juana desapareció con ellos.
[1] PAZ, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe (1982), México, FCE, 1985, p. 590.
[2] MERRIM, Stephanie (coordinadora), en Feminist Perspectives on Sor Juana Inés de la Cruz, Detroit, Wayne University Press, 1991.
[3] SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ, El sueño, edición, introducción, prosificación y notas de Alfonso Méndez Plancarte, México, UNAM, 1989, p. 62.
[4] PERELMUTER, Rosa, Los límites de la femineidad en Sor Juana, Madrid, Universidad de Navarra-Iberoamericana-Vervuert, 2004, p. 86.
[5] ALATORRE, Antonio, “Sor Juana y los hombres”, ESTUDIOS. filosofía-historia-letras, invierno 1986.
[6] EGAN, Linda, «Donde Dios todavía es mujer: Sor Juana y la teología feminista», en Sara Poot Herrera (ed.), Y diversa de mí misma entre vuestras plumas ando. Homenaje internacional a Sor Juana Inés de la Cruz, México, El Colegio de México, 1993, pp. 327-340.
[7] PAZ, Octavio, op. cit.
[8] LEONARD, Irving A., Baroque Times in Old Mexico, Ann Arbor, 1959, pp. 172.
[9] Cf. PAZ, Octavio, op. cit..
[10] Cf. GONZALBO AIZPURU, Pilar, “Con amor y reverencia. Mujeres y familias en el México colonial”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, vol. 35 (1998), pp. 1-24.
[11] LEONARD, Irving A., op. cit., p. 172.
[12] Como lo señala Alfonso Méndez Plancarte en su edición de SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ, Obras completas, t. 1, México, FCE, 1952, p. 539-540.
[13] PAZ, Octavio, op. cit., p. 141.
[14] LEONARD, Irving A., op. cit., p. 172.
[15] Cf. MURIEL, Josefina, Conventos de monjas de la Nueva España, México, Editorial Santiago, 1946.
[16] MURIEL, Josefina, Cultura femenina novohispana, México, UNAM, 1982, pp. 147-148.
[17] RUBIAL GARCÍA, Antonio, “Las monjas se inconforman; los bienes de Sor Juana en el espolio del arzobispo Francisco de Aguiar y Seijas”, en Tema y variaciones de Literatura, núm. 7, México, UNAM Atzcapotzalco, 1996.
[18] SORIANO VALLÈS, Alejandro, “Estetismo, Doncella del verbo”, http://galeon.com/sorjuana/estetismo.htm.
[19] Cf. PAZ, Octavio, Los hijos del limo, del romanticismo a la vanguardia [1972], Santiago de Chile, Tajamar Editores, 2008.
[20] SUÁREZ, Úrsula, Relación de las singulares misericordias que ha usado el Señor con una religiosa, indigna esposa suya, previniéndole siempre para que solo amase a tan Divino Esposo y apartase su amor a las creaturas; mandada escrebir por su confesor y padre espiritual, Santiago, Editorial Universitaria, 1984.
[21] Cf. BRAVO ARRIAGA, María Dolores, El discurso de la espiritualidad dirigida : Antonio Núñez de Miranda, confesor de Sor Juana, México, UNAM, 2001.
[22] NÚÑEZ DE MIRANDA, 1679: f. 2v. Citado por BRAVO ARRIAGA, María Dolores, op. cit..
[23] NÚÑEZ DE MIRANDA, 1695: f. 71r-71v. Citado por BRAVO ARRIAGA, María Dolores, op. cit.
[24] PAZ, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe (1982), México, FCE, 1985, pp. 607-608. Cf., también, MERRIM, Stephanie, “Toward a Feminist Reading of Sor Juana Inés de la Cruz: Past, Present, and Future Directions in Sor Juana Criticism”, MERRIM, Stephanie (coordinadora), en Feminist Perspectives on Sor Juana Inés de la Cruz, Detroit, Wayne University Press, 1991, pp. 11-37.
[25] Cf. la “Sexta parte” de PAZ, Octavio, op. cit.
[26] Ambas citas: SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ, Obras completas (1969), México, Porrúa, 2001, p. 830.
[27] Cf. “Alboroto y motín de México del 8 de junio de 1692”, en: SIGÜENZA Y GÓNGORA, Carlos de, Relaciones históricas, México, UNAM, 1992, pp. 81-150.
[28] RUBIAL GARCÍA, Antonio, op. cit.
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