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viernes, 4 de junio de 2010

La música y la lectura

Si se trata de extender nuestra visión de la literatura, un sector que a todos nos llega, de manera digamos “epidérmica” (tanta es su fuerza), es la música popular. Comentemos a continuación su extenso y corpóreo alcance.

Una de las manifestaciones más claras de identidad entre los adolescentes hoy es la música popular (e, intrínsicamente, el baile). La música, a diferencia de la literatura, es etérea e inmediata: uno puede escucharla en cualquier lugar, de manera pasiva (sin necesidad de traducirla en ideas para que sea placentera), sintiéndose rodeado por ella (así sucede con las personas que escuchan música con audífonos y se aíslan del mundo). Es el mismo efecto “pasivo” que puede producir la televisión, con la diferencia que la música puede ser llevada a todos los lugares sin exigirnos la observación atenta de una imagen –en ese caso, hace parte de todos los espacios cotidianos, porque nos permite deambular. Además, la música popular produce una reacción corporal: el baile.


Otro factor fundamental en el rol de identidad que genera la música popular hoy es su discurso. Salvo raras excepciones, la música popular es cantada (da protagonismo a la voz humana y al lenguaje). La voz es una emanación de nuestro cuerpo. En ese sentido, es interesante analizar la voz como un instrumento. Al igual que un instrumento de viento, nuestra voz depende de un generador de soplo (los pulmones, en diálogo con el músculo del diafragma) y de diversos elementos resonantes (cuerdas vocales, la cavidad bucal, las fosas nasales). Aunque no nos volvamos todos especialistas en técnicas vocales, es sumamente interesante tomar conciencia del músculo del diafragma, para no desgastarnos la voz. Cuando respiramos profundo, utilizando la parte inferior de los pulmones, controlamos el diafragma y producimos un tronco de aire más firme, lo que da mayor apoyo a la voz y le permite sonar con mayor continuidad y menor desgaste. También es interesante estar conscientes de los efectos de nuestra voz hacia fuera, y cómo vibra nuestro cuerpo cuando hablamos.

Con relación al discurso llegamos a la literatura. Es evidente que las letras de canciones son, de una manera particular, literatura. Claro está, la composición de letras es particular, porque se adapta a la estructura musical. En particular, se adapta al ritmo: la música popular de origen anglosajón, que ha invadido al mundo desde hace décadas como consecuencia de la globalización, está basada en un ritmo repetitivo marcado por la percusión (o una máquina), o, en inglés, beat (golpe, latido, compás). Como ejemplo, The Beatles alteraron el nombre de un insecto, el escarabajo (beetle, para que se pronuncie igual, y se lea la palabra beat. Sobre este ritmo marcado se desarrolla la melodía, con estructuras por lo general de estrofa y coro. Se trata pues de un formato breve, fácil de reconocer, integrar y disfrutar para un público ya acostumbrado. Dentro de ese marco, la música popular se permite un sinfín de variaciones: diversos instrumentos o sonidos electrónicos; diversas melodías; y, sobre todo, diversos discursos.

Tomemos dos ejemplos de música popular, algo relacionados entre sí. Desde ya, el últimamente popular reggaetón: utiliza un beat electrónico sumamente marcado (bailable), con ritmos latinoamericanos, técnicas del “pregón” cubano o ritmos jamaicanos, todo esto unido al discurrir del rap (técnicas de canto con énfasis en el ritmo). Asimismo, el rap (o hip-hop) es un excelente ejemplo, pues se trata de una música discursiva, que desarrolla un discurso casi hablado, con un juego extenso de inflexiones de la voz, hallazgos rítmicos. En Chile, se le asocia a veces con la poesía popular debido a su capacidad de improvisación. La diferencia, claro está, es que el rap ha llegado a Chile directamente importado del mundo anglosajón.

De esta forma, es importante valorizar el lenguaje oral: desde la poesía hasta la voz callejera actual del rap u otros estilos, como ha sido hecho recientemente en la obra Lira, Cinco historias sobre poetas pobres, en torno a la lira popular chilena, montada por el dramaturgo Mauricio Moro con el Teatro La Borja. Aparece en ella Juan Bautista Peralta (1875-1933), poeta popular, analfabeto y ciego, recientemente publicado por la DIBAM. La obra pone en escena una anacrónica y sorpresiva improvisación de rap en boca de los poetas de la lira popular, actualizando sus octosílabos romanceados.

En relación a los jóvenes, es de notar que el mundo privado de un adolescente se construye con respecto a sus gustos personales. Un adolescente necesita sentir que se construye una identidad propia, que es reconocida y valorada: es decir, que la sociedad reconoce la validez de sus gustos.

Los diversos discursos transmitidos por la música generan la identificación con posiciones contestatarias, con experiencias o sueños amorosos y eróticos, con mundos imaginarios. Estos discursos, cuando son sistemáticos, participan del fenómeno social que llamamos “tribus urbanas”.

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