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viernes, 4 de junio de 2010

Literatura a tajo abierto

La literatura, de manera general, es asociada con sus géneros: poesía, novela, cuentos. Además, solemos leer y no sólo presenciar las obras de teatro. En nuestro siglo XX, estos géneros se han diversificado y el público (nosotros) ya no los distingue de manera estricta. Las expectivas del público ya no son las mismas. Por ejemplo, existe el poema en prosa y la prosa poética, con fronteras difíciles de atrapar. El teatro abandonó casi sistemáticamente el verso métrico y tomó el gusto de desfigurar las palabras. Y la prosa, forma hoy triunfante, se permite a veces osadas descripciones psicológicas que a los griegos bizantinos hubieran parecido extrañas.



Además, hoy en día tiene éxito el género del ensayo. Pero ya al hablar de ensayo sentimos que nos alejamos de lo comúnmente llamado literatura. ¿La razón? Nos alejamos de la ficción. Históricamente, se asoció la ficción a la poesía porque la Odisea, la Eneida o la Araucana son inequívocamente ficciones en verso –lo mismo ha sucedido con el teatro versificado–; y porque, en la época moderna, se ha leído la poesía como la ficción de un “yo” lírico (como si alguien hablase sobre su vida) o, más cerca del simbolismo, como la voz misma del lenguaje –que se convierte así, extrañamente, en un personaje literario por sobre el “yo” lírico.

Pero leer no es sólo leer ficción. Una visión amplia de la literatura es todo lo que atañe a las “letras”. Así, toda escritura implica traducir el mundo en palabras y recrear, con el lenguaje, objetos, acciones, ideas, sentimientos. Esto sucede no sólo con la ficción. Desde ya, leemos cartas o mails (de hecho hoy es uno de los formatos de escritura más usuales). No olvidemos que existe en literatura el género epistolario (a los escritores decimonónicos, como a Stendhal, les encantaba imaginar cartas de enamorados). Asimismo, leemos manuales de uso, leemos recetas, leemos señalizaciones o leemos publicidad.

Tomemos otro ejemplo. Es evidente que también leemos la publicidad. ¿Cómo recuperar la publicidad cotidiana? Constituye ésta una serie de discursos, que, en principio inconexos, absorbemos e integramos en el día a día, sobre todo en el contexto urbano. Considerando que vivimos con ella queramos o no, si no puedes contra el otro, mejor únetele. Decimos esto con humor, para dar a entender que la masa de mensajes visuales y sonoros que nos rodean son un excelente material para la literatura y la lectura. La publicidad bien realizada puede trascender su objetivo comercial gracias a ideas ingeniosas, un tratamiento estético eficaz y un discurso sumamente cuidado, considerando que todo sucede rápido y que se debe captar la atención del público de inmediato. Así, el poeta chileno Manuel Silva Acevedo trabajó durante años en publicidad, donde se reconocía su capacidad para “apretar” el lenguaje.

Si todo lo que nos rodea puede ser literatura, la novela constituye uno de los mejores ejemplos hoy de esto, porque en ella se encarna y se expande la confusión de los géneros. La novela, sobre todo en su versión moderna, es en realidad una multiplicidad de géneros entremezclados a saciedad. En ella pueden entrar poemas o canciones, los lenguajes judicial, médico. La lista es infinita, porque la diversidad del mundo es infinita, como es infinito nuestro deseo de traducirlo en palabras. Pensemos en Bouvard y Pécuchet (1881), de Flaubert, en que dos amigos deciden probar todo tipo de experiencias, permitiendo a Flaubert desarrollar un interminable catálogo del conocimiento y el desconocimiento del mundo. La novela moderna aspira a inocular en sus venas la energía de todo el lenguaje que producimos. Es el género que representa hoy la “literatura” por excelencia. Es en realidad el mejor ejemplo de que todo el lenguaje que nos rodea, oral o escrito, puede ser, según cómo lo enfoquemos, materia literaria.

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